Ya nos conocemos y también conocemos al Señor, por eso hemos decidido caminar como una comunidad espiritual; para eso debemos detenernos un momento y entregarle a Jesús todo lo que somos y todo lo que queremos ser.
El Maestro sale a tu encuentro y en ese encuentro se muestra tu identidad más profunda; ante sus ojos somos realmente nosotros mismos, con nuestros aciertos y fracasos, con nuestro amor y nuestro pecado.
En ese encuentro con Cristo se produce el milagro de la sanación, de la conversión del corazón que implica nacer de nuevo a una vida nueva; despojados de aquello que nos oprime y nos impide crecer, despojados del pecado y renovados en la Fe.
Un hombre tenía dos hijos. El menor dijo a su padre: “Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde. Y el padre les repartió la herencia. A los pocos días el hijo menor reunió todo lo suyo, se fue a un país lejano y allí gastó toda su fortuna llevando una mala vida.
Se fue a servir a casa de un hombre del país, que le mandó a sus tierras a cuidar cerdos. Gustosamente hubiera llenado su estómago con las algarrobas que comían los cerdos pero nadie se las daba.
Me pondré en camino, volveré a casa de mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros».
Pero el padre dijo a sus criados: «Traed enseguida el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies. Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido encontrado.»
Y se pusieron todos a festejarlo. El hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquello.
Y éste le contestó: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano. Él se enfadó y no quiso entrar y su padre salió y se puso a convencerlo.
Él contestó a su padre: Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero llega este hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y tú le matas el ternero cebado.
El padre le respondió: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado.
La herencia es un bien por el cual no hemos trabajado; un don cuyo valor desconocemos. Tener una herencia es ser propietario de algo que no hemos ganado; nos pone en el riesgo de malgastar esa herencia.
Sin embargo, Dios te hizo LIBRE y tú puedes escoger marcharte a buscar una vida según tú, más fácil, más divertida, sin reglas, sin límites, pensando que ahí serás feliz.
Cuando usas la herencia (todo lo bueno que te dio Dios) para mal, cuando vives buscando el éxito, el ser importante, el placer, el pasártela cómodo y bien... el darte gusto a ti antes que a los otros... el tener muchas cosas, el sentirte querido y aceptado por los demás...
Cuando hay escasez, la vida se torna sobrevivencia. La aventura se vuelve exilio; la risa, mueca; la riqueza, lastre; la libertad, desolación; la cima, abismo. La región de la abundancia se transforma en región de escasez y resuena la frase: “nadie me da nada”.
Porque dos males ha hecho Mi pueblo: Me han abandonado a Mí, Fuente de aguas vivas, Y han cavado para sí cisternas, Cisternas agrietadas que no retienen el agua.