El hijo mayor estaba en el campo y, al volver y acercarse a la casa, oyó la música y los bailes. Llamó a uno de los criados y le preguntó qué significaba aquello. Y éste le contestó: Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el ternero cebado porque lo ha recobrado sano.
Él contestó a su padre: Hace ya muchos años que te sirvo sin desobedecer jamás tus órdenes, y nunca me diste ni un cabrito para celebrar una fiesta con mis amigos. Pero llega este hijo tuyo, que se ha gastado tu patrimonio con prostitutas, y tú le matas el ternero cebado.
El padre le respondió: Hijo, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero tenemos que alegrarnos y hacer fiesta porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado.
El hijo mayor sirve, obedece las órdenes del Padre, pero... no con amor desinteresado. Vive en casa del Padre, pero interiormente está lejos del Padre.
A veces en el mundo hay más hijos mayores: hombres y mujeres que por afuera trabajan y cumplen sus obligaciones, se ven buenas personas, sin embargo, interiormente llevan esta vida como una carga, esperan que todo se les admire y agradezca, están llenos de amargura, orgullo, egoísmo, resentimiento, celos y envidia.
El Padre nunca compara a sus dos hijos, los ama por igual. Si todos los hombres tenemos por igual el amor de Dios ¿por qué vivimos comparándonos unos con otros?
Tu felicidad verdadera proviene de saber que eres HIJO de Dios, que Él te ama infinitamente, de una manera gratuita y que siempre tiene los brazos abiertos para recibirte de regreso.
Somos capaces de criticar, de desprestigiar a los que no piensan igual que nosotros, de expulsar de nuestro grupo a los que no nos caen bien, a los que actúan raro, a los que creemos que son malos, a los que no nos dejan brillar, a los que no nos dejan ocupar el mejor sitio, el primer lugar.
Pero Él les dijo: “¿No han leído lo que hizo David cuando sintió hambre él y los que le acompañaban, cómo entró en la Casa de Dios y comieron los panes de la Presencia, que no le era lícito comer a él, ni a sus compañeros, sino sólo a los sacerdotes?
Pues Yo les digo que hay aquí algo mayor que el Templo. Si hubieran comprendido lo que significa Misericordia quiero, no sacrificio, no condenarían a los que no tienen culpa. Porque el Hijo del hombre es señor del sábado”». Mateo 12:1-8
La respuesta de Jesús a la crítica que recibe de los fariseos porque los discípulos arrancaban espigas en sábado nos sorprende, y a todo el que no la analice con profundidad le puede parecer riesgosa desde el punto de vista religioso y ético.
Jesús nos dice que algunas cosas que son “ilícitas” bajo determinadas condiciones se vuelven lícitas ante los imperativos del amor y de la necesidad humana.
No era lícito, según la misma revelación de Dios en el Pentateuco, que el pueblo común comiera de los panes sagrados de la proposición, que estaban reservados solamente para los sacerdotes.
Sin embargo, ante la necesidad apremiante de David y sus hombres, que huían de la locura violenta del rey Saúl, lo que era normalmente “ilícito” se convirtió en lícito, porque para Dios primero están las necesidades humanas que una ley fría e inflexible.
Jesús conoce nuestra condición frágil y falible, y también conoce las circunstancias difíciles por las cuales muchos de nosotros atravesamos, y su gran corazón de amor hace de la misericordia un valor supremo, porque “como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Sal. 103:13).
Confía en el amor de Jesús y en su comprensión divina; y ten en cuenta que, si por alguna razón fallas, tu Salvador no te abandona ni te desampara. Sigues siendo su hijo.
Pues Pedro que sabía que le está prohibido a un judío juntarse con un extranjero o entrar en su casa (por ser pecador), Dios le muestra que no hay que llamar profano o impuro a ningún hombre (Hechos 10:28).
Fue un gran momento en la historia de la salvación. Con esa decisión Pedro hace salir a la Iglesia del judaísmo y de Jerusalén, para que llegue a todas las gentes, tal como lo mandó Cristo:
Pero este hecho requirió de Pedro un gran cambio, un proceso interior para comprender la voluntad de Dios; para vivir en la misericordia y no en el cumplimiento de la ley.
¿Tú le crees a Jesús? ¿Le crees cuando te dice «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas» Mateo 22: 36-40?
Bueno, ¡pues hay buenas noticias! Al igual que el padre en nuestra historia, Dios, nuestro Padre Celestial, siempre está deseoso de recibirnos si regresamos a él.
Como muchas de nuestras mejores historias, el final se deja sin resolver. ¿El hermano mayor se queda afuera sufriendo por sus mezquinos resentimientos?
En esta historia podemos vernos a nosotros mismos y a toda la creación de Dios. Podemos simpatizar con Dios, que quiere que todos vengan, para que todos disfruten de la fiesta, para que todos descubran o redescubran su verdadera identidad en la familia de Dios.
Es necesario reconocer, al finalizar esta serie de estudios bíblicos, que a lo largo de nuestra vida hemos sentido el soplo de la gracia de Dios. Pero durante estos días hemos descubierto la presencia de Dios desde nuestros primeros latidos en el vientre de nuestras madres hasta este día…
Querido Padre, en ocasiones hemos tomado una decisión mala. Gracias por ser un Padre amoroso y porque siempre nos recibes cuando regresamos a ti. Amén.