La compasión del Padre
El amor del Padre - Parte III
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Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió. Fue corriendo, se echó al cuello de su hijo y lo cubrió de besos.
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El hijo comenzó a decir: Pero el padre dijo a sus criados:
«Traed enseguida el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies.
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Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la ida, se había perdido y ha sido encontrado.» Y se pusieron todos a festejarlo.
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“Se conmovió” deriva del verbo griego “Splangchna”, las entrañas del cuerpo. Es un movimiento en el seno de Dios Padre. El centro desde donde brotan las pasiones y amores.
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Mateo 9:36
Y viendo las multitudes, tuvo compasión de ellas,
porque estaban angustiadas y abatidas
como ovejas que no tienen pastor.
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Mateo 14:14
Cuando Jesús desembarcó, vio una gran multitud,
y tuvo compasión de ellos y sanó a sus enfermos.
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Lucas 7:13
Al verla, el Señor tuvo compasión de ella,
y le dijo: "No llores."
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Marcos 8:2
Tengo compasión de la multitud porque ya hace tres días que están junto a Mí y no tienen qué comer.
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Nuestra condición competitiva nos hace creer que nuestra identidad es la diferencia que hacemos. Son las distinciones que podemos mostrar con orgullo lo que nos coloca aparte de los demás.
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La compasión exige anular las distinciones y traiciona la profunda ilusión de diferenciarnos por competencias.
Por eso la compasión confunde.
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“Sean compasivos como su Padre”.
Solo Dios puede ser completamente compasivo
porque solo Él está al margen de toda
competencia con nosotros.
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Este mandato exige desenmascararnos de nuestra identidad personal competitiva y eliminar el apego a las distinciones y comparaciones.
Ser asumidos en Dios. Dejar de ser la estima que recojo para ser el amor que recibo.
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El padre se alegra pero el hijo mayor no entra a la fiesta, no tiene compasión porque está en competencia con su hermano. (Lucas 15:28–32).
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La compasión que Dios nos propone se caracteriza por un movimiento hacia abajo. Esto nos molesta.
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Aceptamos inclinarnos pero no bajar. Por eso tampoco aceptamos que el de abajo suba gratuitamente hasta donde a mi tanto me costó llegar.
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Jesús quiere revelarnos la más íntima identidad del Padre. El padre lo envía de las alturas a la profundidad, de la victoria a la derrota, de la riqueza a la pobreza, de la vida a la muerte.
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La compasión no es un movimiento con el que Dios se aleja de sí, sino un movimiento hacia sí mismo como tal.
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Un Dios que no vino a ser servido sino a servir.
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Dios hace morada entre nosotros, en nuestra condición de enfermos, presos, pecadores y en este gesto de despojo no se desvía de su divinidad sino, al contrario, nos revela su divinidad.
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Nos resulta difícil comprender que somos liberados por alguien que se hizo débil y carente de poder, o por un jefe que se hace siervo (Filipenses 2:6-8).
El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que Se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
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Es comprensible que alguien crea que abandonar una posición de poder parece una forma de masoquismo que frustra nuestras mejores aspiraciones.
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Es que la compasión carece de sentido a menos que en este ser pobre, sufriente o perseguido encontremos al mismo Dios, fuente de todo alivio y consuelo.
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En el centro de la compasión (que es "padecer con el otro") encontramos el gozo de la Santísima Trinidad, el banquete de la vida al que nuestro “hermano mayor” no quiere entrar.
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¡El amor que Dios te tiene a ti es el más grande amor que puede haber: es infinito, es gratuito, es misericordioso, no pide explicaciones, siempre perdona, siempre te recibe alegre con los brazos abiertos... corre, te abraza y te cubre de besos!
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Dios supera cualquier amor, inclusive el más desinteresado, como el que tiene una mamá por su bebé, por el hijo de sus entrañas.
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Por eso nos dice: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegaran a olvidar, yo no te olvido” Isaías 49:15-16.
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Es difícil que los montes y las colinas se muevan. Y aunque los empujemos con todas nuestras fuerzas no podemos moverlos ni un milímetro.
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Pues más fuerte, más firme es el amor de Dios para cada uno de nosotros. Así aunque nos alejemos de Dios, aunque lo rechacemos, su amor no se aparta, no se mueve.
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Por eso dice: “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, dice Dios que tiene compasión de ti” Isaías 54:10
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Nuevamente cierra tus ojos y deja que estas palabras lleguen a tu corazón…
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Pero a la vez que su amor es firme, no es duro. Dios no es un papá autoritario y vigilante. Tampoco es castigador o policía.
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El amor de Dios está lleno de ternura, de esa ternura que sentimos de nuestra mamá o de la ternura que sentimos por nuestro bebé cuando nos sonrió por primera vez.
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“Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno soy Yo para quienes me buscan”
Salmo 103:13
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Cierra otra vez tus ojos, para permitir que la ternura de Dios llegue a ti. Si nunca la has experimentado o si crees que Dios no es tierno, pídele que te permita sentir su ternura. Pídeselo con fuerza y espera con tus ojos cerrados…
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Algunos sienten miedo de saberse amados por Dios, pues se preguntan ¿cuánto me va a costar este amor? ¿Cuánto tengo que dar a cambio?
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Pero Dios te dice: Yo te amé primero, te he amado desde siempre y para siempre (1 Juan 4:19)
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“Con amor eterno te he amado, por eso he reservado gracia para ti” Jeremías 31:3.
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Desde el principio de todo, tengo guardada, reservada una gran cantidad de amor para ti.
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«No temas, que Yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, Yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán.
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Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador.
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Eres precioso a mis ojos, eres estimado,
y te amo” Isaías 43:1.
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Dios siempre nos cuida, no importa por donde andemos. Él está presente en medio de todas las adversidades, si abrimos nuestros ojos de la fe.
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Necesitamos los ojos de la fe para descubrir a Dios, porque con los ojos de la cara no podemos verlo.
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Es la fe la llave que nos permite abrir la puerta del Reino de Dios y ver a Dios, experimentar su amor, sentir su presencia aún en medio del fuego, de la inundación, de la oscuridad.
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Eres precioso(a) a mis ojos,
eres estimado(a), y te amo.
¡Mira quién te dice que eres precioso(a)!
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Dios mismo te lo dice. Eres precioso(a). No necesitas ir al cirujano plástico para que le agrades a Dios. A sus ojos eres precioso(a).
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Levántate en este momento y ve al espejo, mírate como te mira Dios y escucha en tu corazón sus Palabras: eres precioso(a) a mis ojos…
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