El hijo comenzó a decir: Pero el padre dijo a sus criados: «Traed enseguida el mejor vestido y ponédselo; ponedle también un anillo en la mano y sandalias en los pies.
Tomad el ternero cebado, matadlo y celebremos un banquete de fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la ida, se había perdido y ha sido encontrado.» Y se pusieron todos a festejarlo.
“Se conmovió” deriva del verbo griego “Splangchna”, las entrañas del cuerpo. Es un movimiento en el seno de Dios Padre. El centro desde donde brotan las pasiones y amores.
Nuestra condición competitiva nos hace creer que nuestra identidad es la diferencia que hacemos. Son las distinciones que podemos mostrar con orgullo lo que nos coloca aparte de los demás.
Este mandato exige desenmascararnos de nuestra identidad personal competitiva y eliminar el apego a las distinciones y comparaciones. Ser asumidos en Dios. Dejar de ser la estima que recojo para ser el amor que recibo.
Jesús quiere revelarnos la más íntima identidad del Padre. El padre lo envía de las alturas a la profundidad, de la victoria a la derrota, de la riqueza a la pobreza, de la vida a la muerte.
Dios hace morada entre nosotros, en nuestra condición de enfermos, presos, pecadores y en este gesto de despojo no se desvía de su divinidad sino, al contrario, nos revela su divinidad.
Nos resulta difícil comprender que somos liberados por alguien que se hizo débil y carente de poder, o por un jefe que se hace siervo (Filipenses 2:6-8).
El cual, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que Se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose en forma de hombre, se humilló El mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.
Es que la compasión carece de sentido a menos que en este ser pobre, sufriente o perseguido encontremos al mismo Dios, fuente de todo alivio y consuelo.
En el centro de la compasión (que es "padecer con el otro") encontramos el gozo de la Santísima Trinidad, el banquete de la vida al que nuestro “hermano mayor” no quiere entrar.
¡El amor que Dios te tiene a ti es el más grande amor que puede haber: es infinito, es gratuito, es misericordioso, no pide explicaciones, siempre perdona, siempre te recibe alegre con los brazos abiertos... corre, te abraza y te cubre de besos!
Por eso nos dice: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegaran a olvidar, yo no te olvido” Isaías 49:15-16.
Pues más fuerte, más firme es el amor de Dios para cada uno de nosotros. Así aunque nos alejemos de Dios, aunque lo rechacemos, su amor no se aparta, no se mueve.
Por eso dice: “Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá, dice Dios que tiene compasión de ti” Isaías 54:10
El amor de Dios está lleno de ternura, de esa ternura que sentimos de nuestra mamá o de la ternura que sentimos por nuestro bebé cuando nos sonrió por primera vez.
Cierra otra vez tus ojos, para permitir que la ternura de Dios llegue a ti. Si nunca la has experimentado o si crees que Dios no es tierno, pídele que te permita sentir su ternura. Pídeselo con fuerza y espera con tus ojos cerrados…
«No temas, que Yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, Yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán.
Es la fe la llave que nos permite abrir la puerta del Reino de Dios y ver a Dios, experimentar su amor, sentir su presencia aún en medio del fuego, de la inundación, de la oscuridad.