Deleite es disfrutar permanentemente una visión dada por Dios. No es un sentimiento pasajero o puntual, tampoco depende de situaciones o circunstancias externas. Es una obra del Espíritu Santo en nuestra vida, fruto de la relación íntima con Dios. Subir a Sion se convierte en un deleite permanente, una vez ha sido revelado a nuestro espíritu en el “cara a cara” con Dios.
“Si me olvidare de ti, Oh Jerusalén, Pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, Si de ti no me acordare; Si no enalteciere a Jerusalén Como preferente asunto de mi alegría.” Salmo 137:5-6
APLICACIÓN TEOTERÁPICA Nuestro amor por Jerusalén debe ser un amor que no mengua; que nos lleve a empeñarnos y orar para verla rendida a los pies de Jesús, para visitarla y para llevar a otros a ese maravilloso lugar.