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El Hijo Prodigo Moderno
Una joven crece en medio de un huerto de cerezos, inmediatamente al norte de Traverse City, estado de Michigan, Estados Unidos. Sus padres, un poco anticuados tienden a reaccionar demasiado fuerte por el arete que se pone en la nariz, la música que escucha, sus amistades y el escaso corte de sus faldas. Le prohíben salir unas cuantas veces, y ella hierve por dentro. “¡Te odio!", grita cuando el padre le toca a la puerta del cuarto después de una discusión, y aquella noche lleva a cabo un plan que ha repasado muchas veces en la mente. Se fuga de su casa.
Sólo ha visitado Detroit una vez anteriormente. Como los periódicos de Traverse City informan con sórdidos detalles sobre las bandas, las drogas y la violencia en el centro de Detroit, ella llega a la conclusión de que es probable que ese sea el último lugar donde sus padres piensen en buscarla. Tal vez California, o la Florida, pero no Detroit.
Al segundo día, conoce a un hombre que tiene el auto más grande que ella haya visto jamás. Él se ofrece a llevarla, le paga el almuerzo y le consigue un lugar donde estar. Le da unas cuantas píldoras que le hacen sentir mejor que nunca antes.
Ella piensa que ha estado en lo cierto todo el tiempo: sus padres han estado impidiendo siempre que se divirtiera.
Aquella buena vida continúa por un mes, dos meses, un año. El hombre del auto grande-al que ella ahora llama "jefe"- le enseña unas cuantas cosa que le gustan a los hombres. Puesto que es menor de edad, los hombres pagan más por ella. Vive en un lujoso apartamento, y pide que le traigan las comidas al apartamento cada vez que quiere. De vez en cuando piensa en su familia allá en su casa, pero la vida de éstos le parece ahora tan aburrida y provinciana, que apenas puede creer que ella haya crecido allí.
Se asusta un poco en una ocasión en que ve su foto impresa en la parte de atrás de una cartón de leche con el titular "¿Ha visto usted esta niña?" Pero ahora, ella tiene el pelo rubio, y con todo el maquillaje y las joyas que lleva atravesadas por todas partes, nadie va a pensar que es una niña. Además, la mayoría de sus amigos se han escapado también de sus casas, y en Detroit nadie delata a nadie.
Después de un año aparecen las primeras señales de la enfermedad, y asombra la rapidez con que el jefe cambia de humor. "En estos día no se puede andar jugando", se molesta, y antes de que ella se dé cuenta, termina en la calle y sin un centavo. Aún logra hacer un par de clientes por noche, pero no le pagan demasiado, y todo el dinero se le va en mantener su vicio.
Cuando entra el invierno, se tiene que ir a dormir sobre las parrillas metálicas que hay fuera de las grandes tiendas. "Dormir" nos es la palabra exacta; en las noches de Detroit, una adolescente nunca puede bajar la guardia. Unas oscuras ojeras le rodean los ojos. La tos va empeorando y hace ya varios días que no tiene oportunidad de bañarse.
Una noche, mientas está acostada y despierta, escuchando los pasos de la gente, de pronto todas las cosas de su vida le parecen distintas. Ya no se siente una mujer de mundo. Se siente como una niña pequeña, perdida en una ciudad fría y atemorizante. Comienza a lloriquear. Tiene los bolsillos vacíos y mucha hambre. Necesita droga. Esconde las piernas bajo el cuerpo y tiembla debajo de los periódicos que ha amontonado sobre su abrigo. Algo hace saltar un recuerdo, y una sola imagen le llena la mente: se ve en Traverse City con su perro labrador en el mes de mayo, cuando un millón de cerezos florecen al mismo tiempo, corriendo entre las filas de cerezos en flor para atrapar una pelota de tenis que ella con fuerza lanzaba.
Señor, ¿porqué me fui?, se dice, y el dolor le atraviesa el corazón. Mi perro allá en casa come mejor que yo ahora. Está sollozando, y sabe en un instante que en el mundo no hay nada que quiera más que regresar al hogar.
Tres llamadas telefónicas, y tres conexiones con el contestador. Las dos primeras veces cuelga sin dejar mensaje, pero la tercera vez dice: "Papá, mamá, soy yo. Me estaba preguntando si podía volver a casa. Voy a tomar un autobús hacia allá, y llegaré alrededor de la medianoche de mañana. Si ustedes no están allí en la central, bueno, me imagino que me quedaré en el autobús hasta que llegue a Canadá."
El autobús toma unas siete horas hacer todas las paradas y el recorrido entre Detroit y Traverse City, y durante ese tiempo, ella se da cuenta de que hay fallos en su plan. ¿Y se sus padres se hayan fuera de la ciudad y no oyen se mensaje? ¿No habría debido esperar un día más, hasta poder hablar con ellos? Y aunque estén en casa, lo más probable es que la hayan dado por muerta desde hace mucho tiempo. Les tendría que haber dado un poco de tiempo para superar la sorpresa.
Sus pensamientos van alternando entre estos temores y el discurso que está preparando para su padre. "Papá, lo siento. Sé que estaba equivocada. La culpa nos es tuya; es toda mía. Papá me puedes perdonar?" Dice estas palabras una y otra vez, y aunque sólo está practicando, se le hace un nudo en la garganta. No le ha pedido perdón a nadie en años.
El camión lleva las luces encendidas desde Bay City. Unos pequeños copos de nieve caen al pavimento gastado por miles de neumáticos, y el asfalto echa humo. Se había olvidado de lo oscura que era la noche allí. Un ciervo atraviesa la carretera corriendo, y el autobús gira bruscamente. De vez en cuando, un tablero de anuncios. Una señal de carretera indica la distancia a Traverse City. ! Dios mío!
Cuando por fin el autobús entra en la terminal, mientras pegan los frenos de aire, el conductor anuncia por el micrófono con una voz cascada: "Quince minutos, señores. Es todo el tiempo que podemos estar aquí". Quince minutos para decidir su vida. Se mira en un pequeño espejo, se alisa el cabello y se limpia de los dientes la pintura de labios. Se mira las manchas de tabaco en la punta de los dedos, y se pregunta se sus padres se darán cuenta. Bueno… Si es que están allí.
Entra en la terminal sin saber qué esperar. Ni una de las mil escenas que se había imaginado en su mente la ha preparado para lo que ve. Allí, en la terminal con paredes de horrmigón y sillas de plástico de Traverse City, estado de Michigan, la espera un grupo de cuarenta hermanos, hermanas, tías, abuelas y abuelos, primos, una abuela y una bisabuela. Todos llevan simpáticos sombreros de fiesta y soplan silbatos; pegado con cinta adhesiva a todo lo ancho de una de las paredes de la terminal, hay un letrero hecho en computadora que dice:"! Bienvenida a casa!"
Su padre sale de en medio del grupo que ha venido a darle la bienvenida. Ella lo mira a través de las lágrimas que le brotan en sus ojos como mercurio caliente, y comienza a pronunciar el discurso aprendido de memoria: "Papá, lo siento. Yo se.."
El la interrumpe: Shhht "Lo sé, hija. Ya tendremos tiempo para eso. No es el momento de pedir perdón. Vas a llegar tarde a la fiesta. En casa te está esperando un gran banquete."